En una noche fría y lluviosa, una pareja preocupada llevó a su perra al veterinario, desconcertados por su negativa a dar a luz a pesar de los signos de embarazo a término.

El ambiente en la clínica era tenso mientras el veterinario realizaba el examen. La pareja esperaba una explicación sencilla, pero nunca se imaginaron el sorprendente descubrimiento que les esperaba.
El grito del veterinario resonó en la habitación: “Oh, Dios mío”, revelando una cruel verdad que desafiaba la imaginación.
Esperando en la recepción
El veterinario le indicó a la pareja que esperara en la recepción mientras comenzaba el examen. La pareja, abrazados, miraban varios carteles en la pared, tratando de distraerse.
Se sentaron en las incómodas sillas de plástico, con la mirada ansiosamente dirigida hacia la puerta de la sala de exámenes.
El olor estéril de la clínica se mezclaba con el leve olor a pelo mojado de perro, enfatizando la urgencia de su situación.
Se susurraban palabras de consuelo, pero no podían deshacerse de su creciente preocupación.