El lince estaba de pie en medio del sendero, mirando a Claire. Sus ojos dorados estaban fijos en los de ella, sin pestañear. No se movió, no corrió, solo la observó como si hubiera estado esperando. Luego, sin previo aviso, se dio la vuelta y se deslizó entre los árboles, deteniéndose solo para mirar hacia atrás. Quería que lo siguiera.
Claire respiraba con dificultad. No era un comportamiento normal. Los animales salvajes no buscaban a las personas y, desde luego, no las llevaban a ninguna parte. Sus instintos le gritaban que se diera la vuelta y caminara en dirección contraria. Y, sin embargo, vaciló.
El sendero se extendía hacia adelante y desaparecía entre los árboles espesos. El lince apenas era visible ahora, su pelaje moteado se mezclaba con las sombras. Pero entonces lo vio: otro movimiento, más abajo. Había algo más allí, acercándose lentamente.
Esa mañana, Claire se había despertado y se sentía exhausta durante otro día. Había dormido de forma intermitente, con pesadillas inquietas. El peso de la vida pesaba sobre sus hombros.
Se levantó de la cama y se obligó a seguir sus movimientos habituales: un café, una ducha, un momento mirando el teléfono y temiendo los correos electrónicos que la esperaban.
El trabajo había sido incesante últimamente. Largas horas, exigencias interminables. Sin reconocimiento, sin alivio.
Apenas tenía tiempo para ella misma. Sus amigos habían dejado de llamarla, pensando que estaba demasiado ocupada. Tal vez tenían razón.
Últimamente, hasta las cosas más pequeñas la abrumaban: el ruido del tráfico, el resplandor de la pantalla de la computadora. Tenía que alejarse.
El bosque siempre había sido su vía de escape. Sin plazos, sin expectativas. Solo silencio.
Había cogido sus botas de montaña, su botella de agua y sus llaves. No tenía ningún plan, solo la necesidad de estar en otro lugar. En algún lugar donde pudiera respirar.
El viaje fue largo, pero tranquilo. Cuanto más se alejaba de la ciudad, más aliviada se sentía. Tal vez esto la ayudara.
Aparcó en el comienzo del sendero y estiró las piernas. El aire era fresco, puro. El tipo de aire que te hace sentir despierto.
Empezó a caminar, y el crujido de las hojas bajo sus botas la mantuvo firme. Los árboles se balanceaban suavemente en el aire, indiferentes a su presencia. Era exactamente lo que necesitaba.
Por primera vez en semanas, sintió que podía pensar. O tal vez, no pensar en absoluto. Simplemente existir.
Después de media hora, se detuvo a beber agua. El sonido de los pájaros era distante y reconfortante. Todo parecía normal.
Entonces, un destello de movimiento entre los árboles. Lo captó con el rabillo del ojo. Solo por un segundo.
Se dio la vuelta y escudriñó la maleza. Nada. Probablemente sólo una ardilla, pensó. Siguió caminando.
Pero unos minutos después, volvió a sentirlo. La sensación de que alguien la observaba. Una presencia, justo más allá de su campo visual.
Su ritmo se hizo más lento. Su pulso se aceleró. Había algo ahí fuera.
Claire había pasado suficiente tiempo al aire libre como para saber cuándo había un animal cerca. La sensación era inconfundible. Pero no se trataba de un simple animal que pasaba por allí.
Se agarró la correa de la mochila, intentando quitarse esa sensación de encima. Probablemente no era nada. Solo su imaginación. ¿O no?
Los arbustos a la derecha de Claire estallaron en movimiento. Apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que el lince saliera disparado, moviéndose rápido, directo hacia ella. El instinto se activó y se tambaleó hacia atrás, con el corazón palpitando y su mente gritando peligro.
Se detuvo justo antes de llegar a ella, con los músculos tensos. Claire no se movió, temerosa de que un paso en falso lo hiciera estallar. Pero en lugar de atacar, el lince movió las orejas y dio un paso hacia atrás lentamente, con su mirada penetrante clavada en la de ella.
Los segundos transcurrieron. El lince emitió un sonido bajo, que no era exactamente un gruñido, pero tampoco amistoso. Luego, como si estuviera tomando una decisión, se dio la vuelta y dio unos pasos hacia los árboles, deteniéndose y mirándola. Quería que lo siguiera.
Dudó. Cada parte de ella sabía que esto era una locura: los animales salvajes no pedían ayuda. Pero algo en la forma en que se movía, la forma en que la buscaba constantemente, le hizo creer que tenía una razón.
El lince avanzaba, deslizándose entre los árboles con facilidad. Claire lo seguía, con pasos vacilantes, cada uno de ellos una decisión. Su instinto le decía que diera media vuelta, pero no podía quitarse de encima la sensación de que necesitaba llegar hasta el final.
Su respiración era superficial y el corazón le latía con fuerza en el pecho. El sendero ya no estaba, se había perdido tras la espesa maleza. Si daba la vuelta, ¿podría siquiera encontrar el camino?
El lince miró por encima del hombro, como para asegurarse de que ella seguía allí. No estaba corriendo, no estaba tratando de perderla. Quería que siguiera adelante.
Claire tragó saliva. Era una imprudencia. Pero algo en el comportamiento del animal le decía que no se trataba de mera curiosidad: tenía un propósito.
Cuanto más se adentraba, más tranquilo parecía todo. No había viento ni pájaros. Solo se oía el suave crujido de sus pasos y el ocasional susurro del lince que iba delante.
Su pulso se aceleró. No había tenido intención de alejarse tanto. La seguridad familiar del sendero principal había desaparecido hacía tiempo.
Miró hacia atrás, intentando ver de dónde había venido. No había nada más que árboles. El rastro había desaparecido tras ella.
Un atisbo de duda la carcomía. Estaba sola en un bosque desconocido, siguiendo a un depredador. ¿En qué estaba pensando?
Consideró dar marcha atrás, pero ¿qué camino tomaría? Había seguido al lince dando vueltas y vueltas, pisando troncos y abriéndose paso entre arbustos espesos. Ahora todo parecía igual.
Se le hizo un nudo en la garganta. Así era como la gente se perdía. Una decisión equivocada, un momento de descuido y, de repente, el bosque se convertía en un laberinto.
Pero el lince seguía allí, esperando. Con el cuerpo agachado y las orejas movidas hacia delante. No la acechaba, sino que la guiaba.
Claire apretó los puños y exhaló lentamente. No estaba perdida… todavía no. Si podía seguir el rastro de lo que la rodeaba, podría encontrar el camino de regreso más tarde.
Ella siguió adelante, moviéndose más rápido ahora. El lince la guió por una pequeña pendiente, el suelo era irregular bajo sus pies. Casi tropezó, pero se agarró a una rama baja.
¿Qué distancia habían recorrido? Los minutos parecían horas. Cuanto más caminaba, más dudaba de poder volver sobre sus pasos.
El miedo le picaba en los bordes de la mente. Si algo sucedía, nadie sabía dónde estaba. No le había contado a nadie sobre esta caminata.
Ella apartó ese pensamiento de su cabeza. Concéntrese. Un paso a la vez.
El lince se detuvo de repente. Sus orejas se movieron y el hocico se levantó ligeramente. Luego, sin dudarlo, saltó hacia adelante y desapareció entre la espesura.
Claire dudó, con la respiración entrecortada. ¿Era esto? ¿Lo había seguido en vano?
Entonces lo oyó. Un sonido débil, apenas audible, algo que luchaba.
Dio un paso adelante, luego otro. Lo que fuera que estuviera esperándola más allá de esos árboles, era la razón por la que la habían llevado hasta allí.
Claire se abrió paso entre los últimos matorrales espesos y jadeó. Un segundo lince, mucho más pequeño, estaba atrapado en la trampa de un cazador. Su pata trasera estaba atrapada en el alambre apretado y su cuerpo se retorcía en señal de angustia. La madre lince volaba en círculos cerca, ansiosa, con las orejas aplanadas y la cola moviéndose nerviosamente.
La habían llevado hasta allí para esto. La mente de Claire trabajaba a toda velocidad. No tenía herramientas ni forma de cortar el alambre. Pero no podía dejarlo así.
Miró hacia atrás. Ya no tenía idea de dónde estaba el sendero principal. El tiempo se estaba acabando.
El gatito dejó escapar un grito débil y doloroso. La madre lince caminaba de un lado a otro sin descanso, claramente agitada, pero no dispuesta a irse. Claire sabía que tenía que actuar rápido.
Se arrodilló junto al animal atrapado, con cuidado de no hacer ningún movimiento brusco. El alambre estaba tenso y le cortaba el pelaje. Extendió la mano, pero el gatito se estremeció.
—Está bien —murmuró, aunque no estaba segura de a quién intentaba convencer, si al lince o a ella misma. Necesitaba algo para aflojar el alambre, cualquier cosa. Sus dedos arañaron la tierra en busca de una piedra afilada.
La madre lince gruñó por lo bajo y se acercó. El corazón de Claire latía con fuerza, pero se mantuvo firme. “Estoy tratando de ayudar”, susurró.
Finalmente, sus dedos rozaron algo áspero. Una piedra dentada, pequeña pero bastante afilada. La agarró y la colocó debajo del alambre, haciendo palanca con cuidado.
El gatito tembló pero se quedó quieto. El alambre se resistió al principio y se hundió más en el pelaje. Claire apretó los dientes y ejerció más presión.
Luego, con un chasquido, el alambre se soltó. El gatito emitió un pequeño chillido y se soltó de un tirón, tropezando con sus patas temblorosas.
Claire apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que la madre lince saltara hacia adelante. El instinto le gritó que se moviera, pero ella se quedó paralizada.
La madre no atacó, sino que olfateó al gatito y lo empujó suavemente. La tensión en el pecho de Claire finalmente se alivió.
El gatito dio unos pasos tambaleantes antes de tropezar con la maleza. La madre lince lo siguió, con sus ojos penetrantes clavados en Claire por un momento antes de desaparecer en el bosque.
Claire se recostó en el asiento, respirando con dificultad. Lo había logrado, pero ahora tenía otro problema. Estaba sola, perdida en lo profundo del bosque y sin un camino claro de regreso.
Su pulso se aceleró. El sol se había desplazado y proyectaba sombras alargadas. Si no encontraba el rastro pronto, estaría en serios problemas.
Se puso de pie y escudriñó los árboles. Todo parecía igual. Dar vueltas en círculos no ayudaría.
Tras echar una última mirada a los árboles, Claire se dispuso a encontrar el sendero. Necesitaba encontrarlo antes de que se acabara la luz del día. Le preocupaba que, cuando cayera la noche, nunca pudiera encontrar el camino de vuelta.
Claire dio unos pasos antes de detenerse. La trampa no había sido casual. Alguien la había colocado y ese alguien podría seguir cerca.
Se le retorció el estómago. ¿Quién pondría trampas como esa? ¿Cazadores? ¿Cazadores furtivos? No estaba segura de qué era peor. La idea de encontrarse con ellos mientras estaba perdida y sola le ponía los pelos de punta.
Giró lentamente, observando los árboles. Todo estaba en silencio, pero ahora el silencio parecía diferente, demasiado pesado. El bosque ya no parecía una vía de escape. Parecía una trampa.
Necesitaba volver a un lugar seguro. Rápido. Pero cuando dio otro paso, un pensamiento escalofriante la asaltó.
Quienquiera que haya tendido esa trampa, volverá a buscarla y no se sentirá feliz de que haya liberado a su presa.
Claire se obligó a moverse, con pasos ligeros y silenciosos. Cada crujido de las hojas bajo sus pies resultaba ensordecedor. Tenía que salir antes de que quienquiera que hubiera colocado esa trampa regresara.
Intentó controlar la respiración, pero el pánico se abría paso hasta su pecho. Los árboles la rodeaban y cada uno parecía igual al anterior. El sendero debía estar cerca, pero ¿hacia dónde?
Entonces, un sonido. Voces lejanas, bajas pero agudas. Claire se quedó paralizada, con el pulso martilleándole en los oídos.
Se agachó y se escondió detrás del grueso tronco de un árbol. Las voces se hicieron más fuertes y los pasos crujieron entre la maleza. Se acercaban.
Sus manos se cerraron en puños. Si la encontraban, ¿qué harían? No eran excursionistas ocasionales, eran personas que dejaban trampas ilegales en el bosque.
Se asomó. Dos figuras se movían entre los árboles, sus siluetas se movían entre las sombras. Una llevaba un rifle colgado a la espalda.
Un escalofrío la recorrió. No eran simples cazadores furtivos. Estaban armados.
Tenía que seguir avanzando. Lentamente, con cuidado, se deslizaba entre la maleza, manteniéndose pegada al suelo. Cada paso era un riesgo, cada respiración se sentía demasiado ruidosa.
Entonces… ¡CHASQUEO! Una ramita bajo su bota. Las voces se detuvieron. Un pesado silencio llenó el espacio entre los árboles. Claire no se atrevió a moverse.
La voz de un hombre rompió el silencio. “¿Escuchaste eso?” Otra voz. “Podría ser un animal”.
El corazón de Claire latía tan fuerte que creyó que podían oírlo. Se agachó aún más, rezando para que la maleza fuera lo suficientemente espesa como para ocultarla.
Una larga pausa. Luego, el crujido de unas botas que se dirigían hacia ella. Los músculos de Claire se tensaron. Tenía que tomar una decisión: correr o permanecer oculta.
Se giró ligeramente y escrutó sus rutas de escape. Si corría, podría poner distancia entre ellos. Pero tenían armas. Si la veían, no dudarían.
Dio un paso hacia atrás lentamente, luego otro. Una rama le enganchó la manga y se mordió el labio para no jadear.
Entonces, un grito: “¡Ahí! ¡Vi algo!”. La adrenalina se apoderó de ella. Claire salió corriendo.
Las ramas le desgarraban los brazos mientras corría entre los árboles. Las voces detrás de ella gritaban y los pies golpeaban el suelo del bosque. La perseguían.
No pensó, solo corrió. Le ardían las piernas y le costaba respirar, pero siguió adelante. Los árboles se desdibujaron y el mundo se redujo a un único objetivo: escapar.
Entonces… luz. Un claro entre los árboles. ¡El sendero! Atravesó los últimos matorrales justo cuando una figura apareció a la vista.
Un uniforme. Una insignia. Era un guardabosques.
Claire apenas tuvo tiempo de jadear antes de que los hombres que la seguían se abrieran paso entre los árboles. El guardabosques reaccionó al instante, levantó una mano y les gritó que se detuvieran.
Otro guardabosques apareció por un lado con el rifle en alto. “¡Manos donde podamos verlas!”
Los hombres se detuvieron en seco. Claire se tambaleó hacia delante, sin aliento, y cayó de rodillas. Estaba a salvo.
Detrás de ella, los cazadores furtivos dudaron y luego levantaron las manos.
El segundo guardabosques se acercó y aseguró la situación. Claire se sentó, todo su cuerpo temblando. Se acabó.
El bosque se extendía detrás de ella, vasto e interminable. Pero había logrado salir.
Exhaló temblorosamente y miró al guardabosques que la había salvado. —Hay algo que debes ver —dijo con voz ronca.
La trampa para gatos monteses. La prueba. La razón por la que casi se perdió en el bosque.
El guardabosques asintió. “Vamos a llevarte a casa, señorita”.
Mientras la llevaban de regreso, Claire miró una última vez hacia los árboles. En algún lugar, un lince la había guiado hasta ese momento. Una criatura salvaje que había confiado en ella.
Y al final, le salvó la vida.