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Pero un día, mientras navegaba por algunos sitios de adopción, encontró un caso particularmente interesante que le rompió el corazón.
Su nombre era Phoenix, y decir que había vivido una vida dura era quedarse muy corto. Además de los interminables problemas de salud, la bola de pelusa naranja y blanca había ido rebotando de una casa a otra, sin que ninguna familia pudiera comprometerse con su adopción.